“GLANCES” ALICJA KWADE
BLUPROJECT FOUNDATION. Barcelona (del 23.11.18 al 21.04.19)
SUSANA PARDO
La artista Alicja Kwade propone una reflexión sobre los marcos de referencia a partir de los cuales detenerse a otear las realidades o ilusiones de nuestro mundo. La Fundación Blueproject de Barcelona ofrece parte de su investigación en la exposición “Glances”; pensada para la sala Il Salotto, la muestra se compone de tres piezas, dos de ellas de gran formato y la tercera es una serie de dibujos-collage.
La Escultura principal, Between Glances, distribuye en el centro del espacio tres estructuras geométricas irregulares dispuestas caóticamente; están formadas por la sutil materialidad que proporcionan unos perfiles
metálicos que sustentan pantallas de cristal y espejo, por luces de tenues bombillas y marcos huecos. Todos los
elementos se repliegan delimitando entornos abiertos y reflejados. En este juego de percepciones, la artista invita a adentrarse en una experiencia sensorial y responder a la cuestión de cómo ocupar el lugar correspondiente, o no, dentro de las coordenadas de espacio/tiempo. Este se abre y se curva activando las alertas ante el fracaso de vislumbrar una sucesión ordenada, continua y simétrica de la realidad; a la vez que se ahoga ante la frustración que produce el paso del tiempo y la incapacidad de fijar una memoria en las construcciones transparentes, reflectantes y vacías.
Las estructuras metálicas, el cristal, las superficies reflectantes, las luces artificiales y los sonidos recurrentes
forman parte de la arquitectura urbana presente, el escenario donde los ciudadanos se mueven y se observan.
Desde que John Paxton hiciera posible el Crystal Palace para la Exposición Universal de Londres en 1851;
continuando por la construcción de las galerías comerciales, con sus grandes escaparates acristalados para el
culto consumista denunciado por Walter Benjamin; hasta llegar a la transparencia racionalista burguesa que
reaccionaba contra el obscurantismo aristocrático, primero, y la monumentalidad fascista, después de la II
Guerra Mundial; se llega a una arquitectura donde los principios de simplicidad y claridad se han convertido en
el paisaje urbano cotidiano. Los rascacielos y viviendas de acero y cristal de Mies van der Rohe convirtieron los
métodos industriales de construcción en torres que pretenden tocar el cielo al mismo tiempo que se mimetizan
con el entorno al reflejarlo. Una asunción y trascendencia que alude a la mistificación urbana ideada por el poder, siempre camuflado en las sombras del capitalismo, que pretende sustituir la naturaleza y relaciones
afectivas, perdidas en el trabajo industrial alienante, por el brillo del espejismo consumista.
Sin embargo, en esta exposición, la participación del espectador es parcial y malograda ya que la autoexploración en el reflejo es efímera y recuerda insistentemente que somos y no somos al mismo tiempo y en el mismo espacio. Una sensación de ingravidez y pérdida de identidad a pesar del reflejo que se devuelve. Aparecer y desaparecer, al completo o fragmentado, el espectador se pierde y se encuentra en los espejos interrumpidos. En esta instalación queda dislocada la fase del espejo descrita por Lacan: ese momento entre los 6 u 8 meses de edad del niño, en que, al identificarse por primera vez, es consciente de ser una entidad individual, desgajada de la madre pero cohesionada psíquicamente. Para ello ha hecho falta colocarse en la posición del otro que mira desde fuera y verse como un todo completo. El espejo nos devuelve, como al niño, la ficción de la identidad absoluta, el uno total, perfectamente fusionado; mera ilusión, ya que al percibir el reflejo se obtiene una visión doble de uno mismo: la del ser que se siente desde dentro y la identidad objetualizada exteriormente.
La instalación discontinua de Kwade restituye la realidad del ser múltiple, compuesto por una compleja amalgama de entidades psíquicas que se debaten entre la convivencia y el conflicto. El juego de miradas reflejadas coloca al espectador en un esquizofrénico vaivén de roles: de figura activa que observa, conoce e interpreta, a objeto pasivo de análisis, para devolverle, de nuevo, su experiencia y función crítica. Las oquedades, subrayan la ambivalencia que provoca la distorsión perceptiva, transformando, al mínimo movimiento del espectador, la realidad visible en invisible. La materialidad muda a hueco en un instante; el sujeto/objeto deja de ser para convertirse en potencialidad de múltiples opciones de la condición no estática del
existir.
La segunda pieza de la muestra se ocupa de la percepción visual y auditiva del tiempo. La insistencia de la
circularidad en la escultura sonora Clout-count (2018) no hace sino incidir en la idea de ciclo, un bucle obstinado
donde no hay principio ni fin. Una repetición que queda marcada y amplificada por los sonidos rítmicos, reproducidos por 24 altavoces dispuestos en una gran circunferencia, como si de un reloj se tratara, señalando que estamos en constante y angustioso movimiento en círculo.
La artista se propone hacer viable la percepción visual y auditiva del tiempo; una tarea imposible, a priori, ya que estamos inmersos en él, vivimos en el tiempo del mismo modo que ocupamos el espacio. Pero ¿cómo vivir la experiencia sensorial del tiempo? ¿es posible mirar el tiempo como vemos lo que se nos presenta en el espacio? Kwade resuelve la cuestión a través del ritmo, es decir, nos hace partícipes del tiempo a través de la articulación sincrónica. El ritmo es ese intervalo entre las oscilaciones de movimiento que el tiempo produce; es la pausa entre la subida y la bajada; es el periodo entre avance y retroceso; es el silencio entre sonido y sonido. El ritmo es la compensación ante la angustia por no poder detener el tiempo. El ritmo trata de reparar la concepción existencialista de final. Aristóteles dice que la vida no es otra cosa que movimiento alternado con sus constantes lapsos de reposo. El ritmo nos calma; los latidos acompasados del corazón de la madre serenan al bebé, como la música regular y equilibrada producida por el movimiento de las esferas del cosmos era defendida en las teorías pitagóricas. La pulsión de la naturaleza, como la del arte, dirige la mirada a un estado armónico, en contraposición al ritmo adulterado e impuesto por convenciones de la sociedad postindustrial.
Esta sensación de estar atrapado en el tiempo cíclico y el espacio mentiroso y perturbador es el que la artista trata de registrar en In-Between; estos dibujos-collages donde concentra la experiencia vivida en un lapso de tiempo a través del movimiento de pequeñas agujas de reloj. Sin embargo, la naturaleza nos proporciona el ritmo cuyos intervalos son equilibrados pero no simétricos; se originan, así, variaciones con
las que se crean nuevas musicalidades, cambios que favorecen otras miradas, otras combinaciones para generar nuevos órdenes.
La autora investiga la noción de doble, distorsión sensorial y pulsión temporal para preguntarse y reclamar la atención sobre los aspectos ópticos, sonoros y psicológicos por medio de los cuales se pretende fragmentar, controlar y marcar el ritmo de los mecanismos de la consciencia del individuo.