Brassaï
Fundación Mapfre (Casa Garriga Nogués).
Barcelona. C/ Diputació, 250.
Comisario: Peter Galassi
Hasta el 13 de mayo.
ANNA MARIA GUASCH
La muy completa retrospectiva (la primera que se organiza desde su presentación en el Centre Georges Pompidou de París en 2000) dedicada a la figura del artista de origen rumano Brassaï(pseudónimo de Gyulá Halász , 1899-1984) nos recuerda la definición que André Breton formula del surrealismo en su novela de 1937 L’amour fou. Breton define el surrealismo como «una pantalla» sobre todo lo que los humanos quizás quieran saber; una pantalla escrita en letras fosforescentes, en «letras de deseo».
Esta «pantalla» puede adoptar la forma de sueños, recuerdos o signos de traumas pasados. Y en el caso de Brassaï, constituye el telón de fondo sobre el que proyectar su actividad fotográfica, desde que en 1924 se instalara en París y desde que en la década de los años treinta se mantuviera arraigado al imaginario surrealista, sobre todo a través de sus colaboraciones junto a artistas como Picasso, Dalí o Duchamp en la revista Minotaure (1933-1939).
Ocultar el rostro
La exposición de Barcelona (que en primavera recalará en Madrid), se abre con obras de tres de las doce series en que aparece organizada: «París de noche», «Placeres» y «París de día»; conjuntos en los que el fotógrafo muestra su fascinación por el rostro menos conocido de la capital francesa, aquél que incluso roza el territorio de lo siniestro, de lo que, empezando como familiar, acaba convirtiéndose en extraño. La Torre Eiffel, Notre Dame o fotografías de monumentos como La Estatua del mariscal Ney en la niebla (1932) aparecen atravesadas por detalles que perturban su imagen estereotipada e introducen zonas de silencio -e incluso de turbia atmósfera- en las que parece que el tiempo se paralice. Esta inclinación por lo visualmente perturbador, por lo marginal y siniestro se visualiza en la serie «Placeres», con imágenes protagonizadas por delincuentes, prostitutas y otros personajes de los bajos fondos de París. Y siempre buscando una visión menos cosmopolita, pero a la vez, más activa y auténtica.
Otro capítulo importante del trabajo de Brassaï lo constituye su colaboración en la revista Minotaure, a través de la cual entró en contacto con su admirado Picasso, con el que mantendría una estrecha amistad que se concretaría en su libro Conversaciones con Picasso. En la sección «Retratos: artistas, escritores, amigos», Brassaï se recrea en retratos de personajes como Salvador Dalí, Henry Miller, Pierre Reverdy, Henri Matisse o Léon-Paul Fargue, mostrando las posibilidades del medio fotográfico para liberar a la pintura de los límites de la realidad objetiva.
En huellas anónimas
En Minotaure, Brassaï publicó también sus serie de grafitis de las paredes de París, con los que muestra su fascinación por el lenguaje mural: una manera de aproximarse, a través de huellas anónimas, a la escritura automática promulgada por Breton y que tan importante iba a ser para el futuro desarrollo del Informa- lismo de los años cuarenta y cincuenta.
Nuevos conjuntos como el dedicado a la «Sociedad» (la clase alta, en este caso), «El sueño» (obras realizadas con una cámara de placas de vidrio) y, en especial, el titulado «Cuerpo de mujer» nos sitúan ante una fotografía que no es ni documental ni creativa, sino que parte de la elaboración de una «imagen encontrada» en un proceso próximo a los «cadáveres exquisitos» y a la escritura automática de Breton y de Pierre Reverdy.
En concreto, llama la atención cómo sus cuerpos de mujer son captados de forma transgresora, buscando una imposible simbiosis entre lo masculino y lo femenino, lo animal y lo humano, derribando las barreras de género en una buscada pérdida de forma que lleva implícita la caída de lo vertical a lo horizontal, en una línea muy similar a la practicada en los años treinta por Salvador Dalí con el fotomontaje El fenómeno del éxtasis. Es decir, más allá de todo orden y lógica.
Publicado en ABC Cultural el 13/03/2018