Rosa A. Cruz
El video, como la fotografía, ha sido una de las vías con la que más han experimentado los artistas en las últimas décadas. Estos artístas no se han identificado como tales a partir del uso del video sino que han usado y combinado este medio a partir de diferentes estrategias para plasmar sus ideas sobre conceptos como el tiempo o la identidad.
El video como investigación del tiempo, el espacio y el cuerpo ha sido una de las constantes en la obra de Bill Viola, artista que desde los años setenta ha desarrollado una narración poética personal entre lo conceptual y lo performático. El artista ha trazado con su obra un mapa espiritual que juega con el tiempo y la memoria, así como con la relación entre elementos visuales, musicales y naturales.
El trabajo de Viola es uno de los referentes de la obra de la artista Beatriz Mínguez de Molina que hasta hace poco exponía la Galería H2O. Bajo el título “It seems I can go down forever” se presentaba en esta exposición una serie de imágenes fotográficas, procedentes de capturas de vídeo, y los vídeos Femme, Blue y It seems I can go down forever, obras todas relacionadas con acciones inmersas en un espacio acuático. A diferencia de Viola, que interviene el espacio ocupado a partir de instalaciones, Mínguez de Molina trabaja en el espacio encontrado. Sus obras se concentran en dos de los lugares comunes en los que se puede ‘habitar’ dentro del agua: el mar, como espacio natural, y la piscina, como espacio cultural.
Mínguez de Molina, que proviene del mundo de la arquitectura, parece continuar en su obra artística su trabajo con el espacio, dejando intuir en esta transformación una sensación de liberación. A esta sensación parece aludir precisamente el juego de peso y levedad que ilustran las capturas en las que contrapone la visión de paredes rocosas, vistas desde el nivel del mar, situadas en el espacio expositivo sobre vistas de personajes sumergidos, en las que el agua alcanza cada uno de los límites del encuadre. La liberación la inspiran también las imágenes en movimiento de los videos que, con una estética marcada por una alta calidad técnica, nos muestran a la propia artista envuelta por el azul kleiniano de los plieges de su vestido, en danza con las tonalidades marinas.
Así, el trabajo de Beatriz Mínguez de Molina se insiere en la tradición que desde los años setenta ha relacionado el video con el cuerpo en el arte, aproximando en su caso al espectador a la experiencia propia de la artista en una composición lírica propia de la esfera onírica.
Pero el video también ha servido a toda una serie de artistas que han visto en este medio un instrumento de escritura. Un lápiz con el que escribir un relato autobiográfico, o de exploración identitaria, que en definitiva ha contribuido a expandir las posibilidades narrativas en sus obras.
En este sentido cabe recordar la obra del artista y cineasta Chris Marker, autor de una obra pionera, deslocalizada entre los límites del documental y el ensayo fílmico, que abarca cuestiones sobre la música, el viaje o la política. Una de las obras cinematográficas que más se citan en su trayectoria es Sans Soleil (1982), filme que construye a partir del relato de sus experiencias en el transcurso de diferentes viajes. Aquí, las imágenes de las personas y los lugares que ha ido visitando se acompañan por la voz femenina de la persona que ha recibido las cartas en las que el viajero “Sandor Krasna”, que no es otro que el propio Marker, le ha ido enviando durante su periplo.
Esta tipología de diario filmado se encuentra también en el centro de la obra de Bárbara Sánchez Barroso Cartas desde el bosque, que hasta el 13 de noviembre se ha podido ver en el Espai Cub de La Capella. La artista ha desarrollado este work in progress desde su estancia en el bosque de Dean (Inglaterra) bajo la premisa de investigar las condiciones en las que desde la sociedad contemporánea, hipertecnificada y consumista, nos relacionamos con el entorno natural. Cómo percibimos este entorno, lo idealizamos o cúal es el posicionamiento que tomamos al interactuar con él son las cuestiones a las que la artista se aproxima y aproxima al espectador a partir de una correspondencia videográfica.
A diferencia de Marker en Sans Soleil, Sánchez Barroso nos habla en primera persona, con su propia voz y en su propio nombre, a partir de unas “videocartas” en las que recoje escenas de sus paseos por el bosque y de sus experiencias en estos parajes. Al mismo tiempo que nos deja oir el canto de los pájaros, la voz de la artista explica todas las reflexiones a las que le está llevando su distanciamiento de la vida urbana. En estas reflexiones se cuelan multitud de referencias cinematográficas, a veces acompañadas por fragmentos audiovisuales que las artista intercala con los suyos propios, y también literarias, referencias quizás provenientes de su formación en literatura, que le ayudan a realizar un ejercicio de revisión histórica.
La dimensión política de referentes como Henry David Thoreau, François Truffaut o el mismo Chris Marker está también presente en la obra de Bárbara Sánchez Barroso, que no duda en plasmar sus opiniones sobre las consecuencia de la crisis económica o la urgencia en materia ecológica en la que nos encontramos actualmente. De esta manera, y volviendo a la relación con Marker, la artista construye el discurso de su generación a partir de su experiencia individual. Esta función, además, se optimiza a partir de la invitación al público para que envíen cartas desde un buzón instalado en La Capella. La artista recibe estas cartas en el bosque y las contesta en sus videocartas componiendo de esta manera un relato coral.
Así es cómo Bárbara Sánchez Barroso ha optimizado el video en su obra, sirviéndose de dos de las constantes para las que este medio está más capacitado: el tiempo, que se transforma en el video al igual que se transforma su percepción en el entorno natural, y el relato personal, para el que el video ha demostrado una especial utilidad desde su aparición.
Estas obras y estos artistas ejemplifican la diversas maneras en las que un medio artístico tan joven como el video se ha venido desarrollando en las últimas décadas, inundando el espectro del arte contemporáneo con relatos personales, que se llena así con imágenes cargadas del lirismo y la narración propios de la literatura.
Foto: Beatriz Mínguez de Molina, It seems I can go down forever.
Publicación original: postpostpost.org