Enfocar al infinito. Rosemarie Castoro
MACBA.
Barcelona. Plaza dels Àngels, s/n.
Comisaria: Tanya Barson.
Hasta el 15 de abril
ANNA MARIA GUASCH
Lo más interesante para introducirse en la primera retrospectiva institucional en el mundo de la neoyorquina Rosemarie Castoro (1939-2015) es empezar la visita por el final, un espacio que recrea el estudio de esta «pintora-escultora» con sus obras y maquetas a pequeña escala. De su ingente trabajo, del que la exposición reúne más de 230 obras, interesa sobremanera ese microambiente porque acoge su mundo creativo menos geométrico y más organicista: obras en madera de apariencia frágil que la artista describió como «dibujos escultóricos» y que descubren claras alusiones a la danza y a la performance, fruto de su inicial interés por la coreografía que practicó con Yvonne Rainer y Joan Jonas.
La muestra, no obstante, arranca con sus obras más conocidas: sus pinturas abstractas de mediados de los sesenta deudoras de Frank Stella y, en especial, sus cuadros de franjas concéntricas y moldeadas. Castoro, como Stella, encontró en la pintura no sólo una derivación lógica de su carrera como diseñadora gráfica, sino también una manera de investigar el problema del ilusionismo y del espacio físico. De ello son buen ejemplo sus pinturas compuestas a partir de las formas de la «Y» que se repiten ad intinitum sobre fondos monocromos, y que, tal como apunta la comisaria, exponen con claridad ciertas analogías antropomórficas relacionadas con su experiencia como bailarina.
En la exposición se puede ver un denso conjunto de este tipo de obras en las que la «Y» fue cediendo paso a superposiciones e interferencias regidas por una estricta geometría minimalista, y que en ocasiones parecen recrearse en lo derivativo y academizante. No es casual que en esta época, Castoro conviviera con Carl Andre.
A partir de ahí, la década de los setenta del pasado siglo, Castoro empieza a moverse entre las prácticas conceptuales, las del land art y las performativas. Ello explica un grupo de piezas conceptuales -en realidad, textos- y sus diarios (1969-1978), en los que dejaba constancia de su vida cotidiana a través de la poesía, el dibujo y los diagramas. Igualmente de este período son las piezas basadas en el concepto de «intermedia», de lo que es buen ejemplo la instalación A Day in the Life of a Conscientious Objector (1968-69), un «multipoema» que añade un nuevo componente a su obra: su implicación política en relación con la guerra de Vietnam.
Cabe deducir que la obra de Castoro, como la de Eva Hesse o Louise Bourgeois, con las que apenas se la ha relacionado, ni mucho menos ha gozado de su reconocimiento, es de difícil clasificación. Quizá lo que mejor la define es Flashers, la serie en la que trabajó hasta su muerte, que expone una faceta corporalizante, oculta pero nunca ausente, de la toda su trayectoria.
Publicado en ABC Cultural el 17/01/2018